lunes, 14 de mayo de 2012

Éramos pocos… como si fuera poco ayer recibí un llamado de Fabián. Cuando vi su nombre en el display; pensé en dos opciones igual de feas, aunque una más truculenta que la otra. La primera que tal vez le había pasado algo a alguien de su familia y llamaba para avisarme (en cuyo caso no tengo idea de por qué me avisaría, pero bueno) y la otra, la más truculenta, que finalmente había decidido suicidarse y la madre como una forma horrenda de castigarme me llamaba desde su celular. Ninguna de las dos, era incluso peor de lo que mi imaginación mórbida podía crear.
Hola ¿Lau?
Si, Fabi, que tal, ¿cómo andas?
Bien, bien todo bien por suerte. Mira Lau, te llamo para contarte algo, sabes que la semana pasada bueno, finalmente me recibí, y bueno, dado que vos fuiste una persona super importante mientras yo hacía la carrera , hablando con Marisa me pareció bueno compartirlo con vos.
Bueno, ¡muchas felicitaciones Fabi! Qué bueno, me alegro mucho, por vos y …por Marisa también. ¿Cómo está el nene?
Bien, bien grande, enorme, ¡es increíble lo que crecen!
Sí, me imagino, que bueno, bueno  y ahora con papa arquitecto! Asique…genial.
(Silencio incómodo)
Si, por suerte, tarde pero seguro
Y si, se hizo largo al final, pero lo importante es que lo terminaste.
(Silencio incomodo)
Bueno, Laura ¿vos? ¿Todo bien? ¿Tus cosas?
 Pensa rápido, rápido un nombre, una carrera, un episodio, algo que no sea la nada absoluta que es tu vida Laura, dale
Bien, todo bien Fabi por suerte.
¿Tu vieja?, ¿tu hermana?
¿Contesto? Bien, ahí con la misma cara de culo con la que la conociste que tiene desde hace 20 años cuando un sifón asesino la dejó viuda y con hijas que no le salieron para nada como planeó. Y Camila, también con el mismo cuarto de queso fresco en la cabeza, haciendo cursos de estética para pasar el tiempo y seduciendo con sus enormes tetas a cuanto tipo se le cruza.
Ahí, como siempre, mamá laburando mucho como siempre y Cami…también.
Fabi, me agarraste complicadísima hoy  con un balance.
Si, si Lau, no te robo más tiempo, te mando un besote enorme, y ¡que estés bien che eh!                   
Con eso corté contundentemente el teléfono. ¡Si se pudiera también con el mismo corte terminar otras cosas! ¿Qué carajos me importa que de una vez por todas y después de cuarenta años te recibiste de arquitecto?  Y “ese que estés bien che”, ¿qué quiso decir con eso? ¿Quién dijo que estoy mal? Resulta que ahora se puede intuir vía teléfono. Este se piensa que por que yo no me recibí de nada y todavía no conseguí novio no estoy bien. Como si el bienestar de una persona pasara siempre por el tilde en el casillerito de esas dos variables. Estoy harta, cansada y podrida de que todo el mundo piense que por si una no tienen novio o un proyecto de familia necesariamente hay que tener una carrera profesional prometedora y obsesionarse con ella. Todo el mundo tiende a pensar que la típica solterona tiene que estar  horas y horas en la oficina, estudio o consultorio todavía quemándose las pestañas y trabajando a troche y moche para evadir el bache del departamento vacío y las cenas a solas. A la mierda con eso. Yo soy soltera, sin chances de formar pareja, sin apuro y con muchas ansias de aprovechar mi “solteronidez” tanto como se pueda. Y tampoco soy profesional ni devota de mi trabajo. Amo pasar el tiempo en facebook o escribiendo mails al pedo y sentir que encima de todo me pagan por ocupar una silla. Me encanta llegar a casa temprano y sentirme una millonaria del tiempo y las horas, preguntarme si prefiero ir al gimnasio, a tomar un café o charlar horas y horas con mi hermana sin ninguna preocupación. Porque no pienso ni estoy de acuerdo con los objetivos premeditados y mundanos de los otros. Porque no quiero ni un novio con quién aburrirme, ni cenas de a cuatro para apalear el tedio de pareja ni un hijo al que malcriar. No quiero ser madre ni pasar a formar parte del bando de las que hablan de pañales, cesáreas y chupetes, no quiero llamar a nadie para que me recomiende el mejor jardín o me diga a que obstetra no ir. No me interesa alquilarme un problema para siempre y abandonar mis largas sesiones de lectura o ensueño diurno. No quiero formar parte del grupo que alimenta la ficción de una sociedad que impone un modelo demodé y gastado de lo que hay que hacer. Y por sobre todo me aburre pensar que sí o sí hay que tener un objetivo en la vida. No me interesa pasar horas y horas pegada a una blackberry esperando una respuesta de algún jefe insatisfecho ni tampoco tener un sello que diga abogada-medica-licenciada-ingeniera-etc. No me gustan las etiquetas, estoy en contra de las dicotomías, para mí no es un blanco y negro todo el tiempo pero tampoco son las dos cosas al mismo tiempo. Yo soy así, soltera y sin profesión ni oficio. No me definen los nombres ni me atraviesan los roles. Será por eso tal vez que me banco lo que me banco con Germán, porque es la única manera de relacionarme con otro que necesariamente está esperando que yo no espere nada.
Desde chica siempre me reveló la idea de la familia y la pareja como estados de felicidad y a los que necesariamente hay que aspirar. A mí no me importa ni me desvela no encontrar mi media naranja. No formar una familia ni tener chicos. Nunca me sacó el sueño el amor y la vida en pareja. Siempre pensé que si venía venía y que si no yo seguiría igual. Por eso me enoja y me enbronca que desde afuera impongan a los pocos valientes que nos bancamos la soledad el modelo ortopédico contra el vacío de ellos. No creo que mi “felicidad” esté determinada por ir al cine acompañada, o vivir con alguien. Para mí la plenitud está en otro lado, tiene otras formas. Yo sé que con Germán no voy a llegar a ningún lado. El no se va a separar y a mí tampoco me interesa que lo haga. Vivimos el momento y con eso alcanza. ¿Por qué tengo que pensar que porque cuando lo veo y se me cierra el estomago y la garganta y no puedo respirar del amor que siento esto tiene que terminar necesariamente en convivencia o paseando un domingo a la tarde con el carrito del bebe y el perro? ¿Por qué nos obligan a pensar que todo es mejor de a dos, que las penas no son tan penas, que la vida es mejor en compañía? Es una forma de vida, una elección, una de las opciones en medio de otras tantas. No la única.
Cuando estaba de novia con Fabián no sentía ni la mitad de las cosas que siento por Germán. Lejos de inspirarme me aburría. En lugar de movilizarme me anclaba. Fueron casi cinco años de monotonía y estancamiento. Fabi se la pasaba deprimido, preguntándose y repreguntándose sobre la carrera, las futuras presiones laborales y comparándose con su padre. Era tan depresivo y pesimista que todavía ni se había recibido y ya se derrumbaban los edificios que no había hecho. Fueron años tediosos pero de acostumbramiento, de quietud acomodada en las miradas de tranquilidad de mi madre y el resto de mi familia que pensaban que por tener novio y que fuera “un chico medianamente bueno” yo ya había alcanzado algún estándar de normalidad. Había épocas en las que vivía enfermo. Se la pasó la mayor parte de nuestra  relación sin trabajar. Cuando no estaba con faringitis, tenía insomnio o si no problemas del ciático, cuando no lo atacaba el colon irritable. Cada flete que tenía que hacer era una catarata de quejas por las “inconveniencias”. Nos la pasábamos merodeando desde su casa a la mía, consolando el aburrimiento y el vacio en la pizza casera que hacía su vieja o en el derrochadero de postres y mousses de chocolate que yo inventaba para tener una excusa que nos juntara  a la noche y  que comíamos vigilando siempre que haya pastillas de carbón en el cajón de la cocina. Pero lo más curioso de todo era que al principio yo creía que estar en pareja era eso, aburrirse junto a otro, mutar en una pseudopersona que piensa, actúa y vive como dos.
Con Fabi terminé casi arrancando el quinto año de noviazgo, después de la gran depresión que lo tuvo varios días y hasta casi meses en cama. Cuando yo ya casi no lo aguantaba al él pero no podía dejarlo, cuando él antes de dejarme a mí se dejó caer en una depresión que lo tuvo meses sin levantarse. Fue simple y sencillo, me llamó un domingo diciéndome que nuestra relación era linda, que yo era una chica buena y me merecía otra cosa. Fue así de fácil y contundente. Fue más difícil aceptar que un depresivo tuvo el valor de cortar algo que yo no podía terminar de cerrar que la separación en sí misma.
Con Germán en menos de dos semanas sentí el quíntuple de amor que pude haber sentido en toda la relación con Fabián. Y aunque tengo claro que no hay futuro y que en algún momento se va a terminar, no hay vez en la que –bajándome de su auto con el mar de sensaciones que me provoca- no me pregunte cuándo y cómo voy a hacer para cortarlo. Si fuera depresiva tal vez sería más fácil….

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