jueves, 24 de mayo de 2012


Ayer me desperté con un sobresalto a las siete de la mañana. ¡Puta costumbre que tenemos las solteronas jóvenes y dependientes de dormir con el celular prendido, como si fuera a recibir un mensaje o un llamado importante! La alarma la tenía programada para las ocho, considerando que ya estaba depilada y bañada solo iba a necesitar media horita para maquillarme y ponerme el vestidito así que con tal de garronear una horita mas de sueño lo puse más tarde que de costumbre. El tema fue que recibí un mensaje de texto de mi vieja, con una especie de emergencia casera porque Norma , como no ve nada, se equivocó y en lugar de ponerle alpiste a Bilardo le puso arroz integral y parece que el canario quedó intoxicado y en peligro de muerte haciendo convulsiones en la jaula. Lo llevaban a la guardia veterinaria así que como justo llegaba a las ocho menos veinte el camión con los manteles y las telas nuevas pretendían que fuera tan rápido como podía para o bien recibir el pedido o bien llevar a Bilardo al veterinario. Salí tan rápido que me olvidé el celular y cuando me avivé ya estaba a media cuadra de la casa de mi vieja, no tan lejos como no volver pero tampoco tan cerca como para sí volver, (vivo a diez cuadras). Así que cuando me di cuenta que no podía avisarle a Germán que no iba a estar y que no nos juntábamos ya eran como las ocho menos cuarto, el en general llega a casa a las ocho, ocho y cuarto mas tardar.
Uno de las desventajas de la practicidad de la tecnología es que uno piensa que tiene todo conectado y que está equipado para cualquier cosa, que con el celular se puede sentir más protegido en alguna emergencia, pero el caso contrario es que cuando no lo tenemos no damos cuenta cuán poco tenemos almacenado en la cabeza. Ahora todo lo tenemos en el directorio del celular o en un mail, dependemos de internet hasta para ver cuando se nos vence la factura del agua y cuando fue la última vez que hicimos una compra en el súper mercado fijándonos en el registro on line, cuando nos damos cuenta que no tenemos más aceite y que estamos usando el último rollo de papel higiénico. Si somos minas, obsesivas y tenemos blackberry, tenemos bien digitadas las discusiones y tenemos aseguradas todas las peleas por entredichos ya que podemos acceder al historial de “histeriqueo y puteadas con nuestro otro significativo”  y estudiarlo minuciosamente; porque hasta ya no nos tienta quedarnos en el pasillo si escuchamos una discusión en la casa del vecino porque nos conformamos con andar chusmeando las fotos en el facebook o viendo si el otro leyó o no el mensaje que le enviamos. Si estamos aburridos en la sala de espera del médico o en la parada del bondi y tenemos “datos”  reactualizamos nuestro perfil de twitter poniendo “aburrida en la parada del bondi”, ”esperando la llamada del intestino en casa” o alguna otra actividad aleatoria e innecesaria de comentar. De la misma forma que ya no vamos al psicólogo porque hablamos todo el tiempo con una amiga por mensaje de texto o posteamos y colgamos nuestras experiencias en blogs para descargarnos…
La cuestión es que probé varias veces, sabía más o menos el conjunto de números, pero se ve que no le pegaba en las combinaciones. Puteé durante diez minutos seguidos mientras con el inalámbrico en mano y firmando remitos, intentaba comunicarme con Germán imaginando la puteada que me iba a comer cuando tocando el timbre insistentemente no me encuentre. Hablé con una Florencia, una María Marta que pensó que la llamaba para acceder a sus servicios domésticos y un Roberto que no registraba mi apuro en cortar la comunicación equivocada e insistía en preguntarme cosas desubicadas con la intención de levantarme.
Mientras tanto, yo no quería ni imaginármelo parado en casa, esquivando al portero, con sus clásicos lentes de sol espejados (que lejos de brindarle disimulo hacen el efecto contrario) y la bolsita de la panadería.
Y Así fue que cuando llegué a casa tenía catorce mensajes de texto con puteadas de distinta índole; (ya en los últimos se notaba un dejo de preocupación) y tres en el teléfono de línea. El último decía algo así como que estaba preocupado que lo llame en cuanto pudiera  y que más vale que me haya pasado algo porque si no me pasó nada y estoy dormida o me olvidé de nuestra cita la iba a pasar peor por “haberlo dejado como un pelotudo, plantado a las ocho de la mañana con media docena de vigilantes de pastelera”. Seguro en su fantasía mas narcisitica el infradotado estaba pensando en que finalmente no pude mas con la soledad y la ingratitud de nuestra relación y terminé como una de esas putitas deprimidas que se toman un par de clonazepan de mas mezcladas con tic tacs para llamar la atención y alarmar a un amante. Nada más alejado. El tema fue cuando logré comunicarme y le conté el motivo de mi desaparición.
¿O sea que me dejaste clavado veinte minutos en la puerta de tu casa, tocando el timbre como un pelotudo porque el canario de mierda estaba intoxicado? ¿Vos sos boluda?¿No te das cuenta que para mí el tiempo es oro?! ¿Que podría haber estado haciendo en otra cosa, y que además me pudo haber visto cualquiera? “
Y a partir de ahí se armó un set de idas y vueltas en donde yo trataba de hacerle entrar en razón y él se calentaba mas. Me cortó el teléfono de un golpazo, como siempre con la excusa de una crisis en el local o el llamado entrante de algún proveedor.
Sus típicos ataques de ira de cinco minutos. Ya se le va a pasar intenté tranquilizarme mientras me subía a un taxi para llegar antes de lo inaceptablemente tarde que el código de compañeros del ámbito público acepta.
Esa misma tarde la pasé esperando un mensaje de Germán que nunca llego. El que si llegó fue el de mi vieja diciendo que lamentablemente no se pudo hacer nada por el pobre Bilardo y que a partir de hoy “ha pasado a mejor vida”. Que fuera a “casa” (no sé por qué mi vieja sigue diciendo “casa” cuando hace más de dos años Camila y yo no vivimos ahí) para que vayamos al entierro y que por favor le avise a mi hermana.
No podría ser mejor, encima que suspendí mi cita sexual de los martes, lo dejé a Germán más caliente (en ambos sentidos) que una pava y todavía tengo que ser el ogro que le de la mala noticia a Meme. Odio todo.

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