jueves, 14 de junio de 2012

Si hay algo que odio y detesto con toda mi alma son los cumpleaños infantiles. No soporto el griterío haciendo eco en los galpones reciclados que se han convertido los salones. Odio los peloteros, el bullicio de los niños, el olor a chisito húmedo y las mamás retaconas quejándose y justificando los kilos demás como residuos del embarazo. No aguanto a las putitas de las animadoras que andan con sus musculosas y las tiras de los corpiños retorcidos haciendo morisquetas y careteando que se aguantan a los niños mientras por detrás no hacen otra cosa que bambolearle el culo a los padres cuarentones y desesperados. Los cumpleaños de antes eran mejores, eran en casa, había piñata, los animadores hacían magia, trucos de verdad y show de títeres con contenido, ahora lo único que hay es un pozo con pelotas machucadas, música de reguetón  y con suerte un show de medio pelo con trapos revoleados de algún malabarista neófito sacado de  alguna avenida con semáforo largo. Porque en la época de la piñata todo era mejor. La era del cumpleaños con bolsita de regalo, con alfajorcito de galletitería y platito de plástico con dibujito de Mickey. Ahora los pendejos se zarpan, dejan los abrigos  en el guardaropas y se esconden el celular en el bolsillo, las nenas se disfrazan de las putitas de bailando por un sueño y sueñan que las dejan plantadas en el altar como a Zaira Nara para saltar a la fama. Lo único que queda de Disney es el decorado  viejo y descascarado del galpón donde armaron a duras penas un salón de fiestas que ni siquiera está habilitado como taller mecánico. Porque ahora a las nenas no les da más vergüenza si las llama el animador y todas se pelean por pasar primero y hacer el esquemita del “acuadance”  de la noche anterior. Porque ya no hay más torta con grana y cubanitos con dulce de leche, sino minitorta helada y snacks para hacer dip, porque no se comen más pizzetas gomosas ni hay guerra de palitos, porque ya no se bailan las trillizas de oro sino que las nenas imitan a las hermanas Guerrero.   Es así de simple, hoy en día todo se ha convertido en un mero festival chabacano que no hace más que copiar torpemente la realidad televisiva, y hasta en eso ni la infancia se salva…
Así que ayer tuvimos que ir al cumpleaños de Sofía, la primogénita de mi prima, lo cual implicó un encuentro masivo e intrusivo con toda mi familia. Para colmo de males como mi vieja iba en el auto con mis tíos y todos no entrabamos y era en el quinto infierno con Camila no tuvimos mejor idea que tomarnos un taxi. Lo peor de todo no fue la fortuna de plata que gastamos, si no que meme se la pasó flirteando con el tachero todo el re puto viaje. Lo malo de tener una hermana con un ego exacerbado es que nunca se sabe cuando se activa el radar come hombres. Así que entre una onda y otra fuimos para el salón. Cuando llegamos la cosa no mejoró. No sólo estaba lleno de pendejos sino que además estaban todos mis familiares. Y yo todavía ni una sola novedad del innombrable. Ya van dos días desde el episodio del pobre Bilardo y ni apareció, aunque teniendo en cuenta las circunstancias, a lo mejor debería ser yo la que aparezca primero, en definitiva la que se mandó la cagada y lo dejó plantado fui yo, no? En el medio de todo eso apareció Carolina haciendo sus comentarios como siempre, que qué flaca que estaba, que si no había conseguido novio ahora no conseguía mas, que me tenía que apurar, etc. Yo asentía sin parar, completamente ausente a sus comentarios. Lo único que me refugió era pasarle la botella de cerveza a la abuela mientras se engullía sanguches de vitel thone. Yo encima  no tenía hambre y no había ido al gimnasio así que me comí solo uno y me guardé lugar para la torta.
Así  pasé la tarde, entre gritos y guerras de pelotas que iban y venían, pensando como volver a aparecer, escoltada por platitos de chips y papas fritas que ya no me protegen de nada y esquivando miradas y comentarios de mi primas, mientras que Camila se masajeaba vivazmente con su nuevo admirador. A veces extraño comer como una chancha y perderme en el merengue italiano del lemon pie más cercano, era más fácil.

martes, 12 de junio de 2012

Esta mañana Camila vino a mi departamento bien temprano, me revoleó el bolso del entrenamiento y me deprimió ya desde la tempranito con una idea estúpida;
  Lau, ya tengo la solución para tus problemas. Ya se donde tenemos que ir!!!
Eh ¿de qué hablas Camila? Es temprano y tengo un mal día, te aviso
De vos boludita, ya sé dónde encontrarte chongo!
¿De qué hablas?
Que ya sé dónde encontrarte un nuevo chongo, en las parrillas de barrio está lleno de grupetes de monchos que se juntan a comer chori y tira de asado mientras hablan de fut después del partido.
De nuevo: Camila, ¿de qué hablas?     
Que mirá ayer fuimos con las chiripa después del entrenamiento a festejar por la victoria del otro día y porque al fin Gimena dejó al aparato del novio, entonces fuimos a una parrilla en villa Urquiza,  está lleno de tipos, pero de tipos normales como te gusta a vos. Esos que van a jugar un rato a la pelota y después se comen un asadito con los amigos.
¿Y quién te dijo que a mí me gustaría estar de novia, que quiero otro Moncho y que encima me gustan los tipos “normales”?, y con eso ultimo no se a que te referís.
¡Nada nena nada! Dejá cuando estés más despierta y de mejor humor te explico. Igual andá dejándote la noche de mañana  libre. Arrancamos con el plan maestro. Chauuuuu
Con eso se fue. Me dejó sola y todavía sin despertarme del todo a medio vestir y con un día de mierda por delante. De Germán ni noticias.
                                        
               

miércoles, 6 de junio de 2012

¿Qué pasó conmigo misma? Desde que empecé con Germán me convertí en una persona diferente. Pasé de ser la gorda observadora no participante, traductora de situaciones, veedora crítica a ser una protagonista patética de realidades ajenas. Me convertí en la otra, en el fato, el gato, la suplente. Y con eso algo de mi ser especial se fue perdiendo. Empecé de a poco a dejar de mirar el contexto y focalizarme solo en él, en las parejas, en los otros, en los que tienen lo que yo no. En angustiarme por cosas comunes y triviales, a poner cara de congoja, a intentar robar un mimo con carita de lástima, a masticar las depresiones domingueras, a mirar parejas con envidia, a pasear por las plazas llenas de familias felices sintiéndome una mendiga. Porque antes yo no pensaba en esas cosas, porque antes de conocerlo a él me parecía todo una ficción, algo irreal, publicidades en vivo de algún producto raro y muy vendido llamado familia, porque antes de conocerlo a él no me preocupaba la soledad,  no me disgustaba, fundamentalmente no  me amenazaba; me cobijaba. Dejé de pensar que la vida en pareja y que el amor eran ficciones sociales y empecé a enbroncarme con los que la tienen. Dejé de reírme silenciosamente de los otros y verlos como "raros" y a entristecerme por mi vida. Empecé a notar la falta, lo que no hay, el que no está. Pase de conformarme con poco y estar tranquila al insomnio intermitente, al stress, al estado de alerta permanente. Dejé de llevar libros y  gomitas azucaradas en la cartera y las canjeé por delineador waterproof y polvo compacto. Dejé de gastar en cenas industriales y me hice fanática de la lencería sexy y erótica. Dejé de buscar librerías en otros barrios y empecé a fichar telos con cochera privada, para "cuando se necesiten". Pasé de leer artículos sobre el calentamiento global o literatura rusa a buscar geles adelgazantes. Pasé de ser catadora de masas finas de confiterías paquetas a conformarme con un agua mineral al lado de un baño casi podrido en un bar de mala muerte.  Abandoné la panzada de milanesas. Pasé de contar sanguches de miga a hacer el equivalente en serie de abdominales. Dejé de reírme de las inseguridades de los otros, de ver a los demás con ojos sonrientes para pasar a convertirme en un ser inseguro de lo que dice, se pone o se come. Dejé  de visitar sitios de ranking de alfajores a leer de refilón los tips sexuales de la revista Cosmopolitan. Saqué la credencial de fidelidad de la heladería del moendero y  lo cambié por el carnet del gimnasio. Porque ya no apago el celular cuando me voy a dormir “por si me llega algún mensaje”. Porque pasé de anhelar el momento de la semana en el que voy a al cine o me siento cómoda en mi sillón a leer a desear estar asfixiada en una camioneta con los vidrios levantados  un dia de 35 grados. Porque cambié  las vinchas de colores y me compré lentes de sol grades que disimulen. Porque no importa a cuántas cuadras de mi casa esté que vuelvo si o si si me di cuenta que me olvidé el celular.  Dejé de revelarme ante la sociedad monótona y la gente común a pasar a ser una de ellos.
Porque pasé de ser el relator omniciente que sentía que  todo lo sabe y entiende de personajes a ser un simple fantasma que  camina apurada por las calles de Buenos Aires en hiper alerta de que  no se le corra el maquillaje y todavía pensando si la remera que elegió  le marca o no la panza.

martes, 5 de junio de 2012

Lo peor de que no te suene nunca el celular es que a la persona que está con vos le suene todo el tiempo.  O sea que ya no te molesta simplemente que nadie, absolutamente nadie te mande un mensaje y se acuerde de vos, sino que además lo que se vuelve molesto es escuchar la conversación idiota de tu hermana no solo con uno, sino con sus dos novios. Ayer a la tarde nos juntamos como en general los sábados en el galpón a hacer unos laburitos extras en la empresa familiar, así que nos la pasamos doblando manteles y chusmeando toda la tarde. Camila está de excelente humor desde que anda atorranteando con un chofer del 110 que se levantó hace poco y que la tiene de experiencia sexual móvil a otra. Así que mientras yo enfundaba sillas y contaba cucharitas la hija de re mil putas se hacía la boluda y entre mensaje y mensaje y llamado y llamado me fue cagando lenta y disimuladamente con el laburo. Yo por otro lado, mucho no esperaba del día y menos del fin de semana en general porque Germán se iba al campo de los suegros, así que de hablar ni pensarlo y mucho menos de recibir mensajito, ya que además del radar satelital de la jermu dando vueltas tampoco iba a tener mucha señal el teléfono. Y después del asuntito del "plantón" no creo que vuelva a aparecer hasta la semana que viene... Por lo que opté por adoptar la misma actitud que adopto siempre los fines de semana: resignación y paciencia. Esa es la única receta para ser una amante exitosa. Esa y además sostener siempre las expectativas al mínimo. Lo único que me mas o menos me entusiasma es saber que finalmente es sábado y –como no tengo nada para hacer como de costumbre- me voy a ir a comer sola y tranquila con un libro a mi restaurant preferido. Prefiero eso mil veces antes que quedarme con lo de mi vieja y hacer el clásico test de pizzerías de la zona con mis tíos, o incluso peor, ver tele de trasnoche con mi vieja y Normita. Así que decidí hacer lo que siempre elijo los fines de semana, comer sola y tranquila y pasar tiempo de calidad conmigo misma, el único ser que todavía me soporta…