miércoles, 28 de marzo de 2012

Ya van casi tres semanas de la última vez que hablamos y se ha convertido en una eternidad. Ya no sé si los minutos son segundos u horas enteras y da lo mismo. El tiempo lo divido en cada vez que miro el mudo celular que nunca suena, y si suena es solamente mi madre con algún pedido ridículo o mi hermana para preguntarme alguna pelotudez. Lo peor es cuando llega un mensaje y es de la compañía telefónica ofreciendo algún concurso pedorro en el que se participa por un ciclomotor, un viaje a Las Vegas o una batidora eléctrica indistintamente. Deberían prohibirlos. Estoy pensando seriamente en denunciarlos por crear ilusiones de treinta segundos (que es lo máximo que puedo tardar en correr hasta el celular cuando lo escucho sonar). Recibir esos mensajes o un sms de mi madre es como un mensaje en contra, es peor que no recibir nada.
Ayer nos cruzamos dos segundos, el vino a dejar dos cafés y un sanguche para el segundo piso y yo lo vi justo desde la baranda, así que me hice la boluda y bajé a buscar supuestamente un cartucho para la impresora. No nos dijimos mucho, yo lo debo haber mirado con ojos de perro mojado y asustado y él me miró con cala de culo, como siempre. Para colmo el boludo de la tesorería cuando le pido el cartucho, mientras a él le pagaban me dice, “Laura si sabes que no hay más. ¿O no te llegó el mail de que la compra a papelería y librería la hicieron a un lugar que resultó ser trucho y nos vendieron los cartuchos vacios?”, balbuceé un no, no me llegó nada y me fui. Él para variar, ni se inmutó. Después lo vi irse zamarreando la bandeja como siempre. Quise salir corriendo y taclearlo por la espalda.  Qué bueno que los pensamientos no se ven.
Lo que peor me pone es la indiferencia. A mí me podés pelear, putear, insultar pero no ignorar. No soporto la indiferencia, la indiferencia resalta la “inimportancia” de una persona, la banalidad de su existencia. Que me hagan la difícil haciéndose el indiferente me enerva y me angustia al mismo tiempo. Me saca de las casillas, me descoloca. Me hace acordar que soy un ser poco útil y necesario. Me hace sentir como me siento en mi familia: Innecesaria e insuficiente.
Cuando era chiquita mi mamá vivía diciendo que yo era gracias a dios una nena tranquila, que nunca jodía ni molestaba, que casi ni se sentía y en lugar de ser el halago que pretendía ser a mi me hacía sentir que esa era la única forma de complacerla y de seguir siendo y estando, haciendo de cuenta que casi ni estoy. Será eso lo que peor me pone; no sé si con Germán estaré repitiendo algún patrón de cómo me sentí toda la vida en mi familia, o si tendrá que ver con la falta de imagen paterna o algún rebusque psicológico que debe existir. Pero si esta situación tiene que ver con la falta paterna o el circo romano que es mi familia quiero un resarcimiento urgente. Quiero que alguien venga y me extirpe esta angustia y esta tristeza del pecho, porque estos días últimamente no soy yo. Me siento sola, vulnerable e indeseable. El último orejón del tarro, la mujer más infeliz y desdichada sobre la tierra. Por momentos quisiera ni haberlo conocido y por otros siento que es la única vez que me enamoré completamente y que por lo menos debería valorar haber vivido la experiencia; aunque después cuando lo vuelvo a pensar prefiero pagarme unas buenas vacaciones aventureras en algún cerro perdido del sur antes que pasarla como la estoy pasando.
Lo peor es a la noche. Durante el día más o menos me la banco, en el trabajo me la paso prendida en la ventana a ver si aparece o si alguien hace algún pedido y el enano del delivery faltó. Si no me entretengo con el chusmeteo que hay siempre en la oficina. Pero las tardes se me hacen largas, sobre todos los jueves que son los días que solíamos vernos. Yo lo esperaba en la placita de la vuelta y él me pasaba a buscar con la camioneta, de ahí a tomar la merienda y después al telo o en orden invertido según las necesidades del momento…
Las noches que Cami no viene son las que me resultan más largas y angustiantes. Igualmente no me puedo quejar. Se estuvo portando recontra bien conmigo y haciéndome el aguante a full desde que se armó el gran kilombo gran, pero ahora que arrancó con los últimos exámenes en el profesorado anda cansada y desaparecida y yo me siento cada vez más sola y hundida. Por suerte hoy me mando un mensaje de texto que decía que esta noche estaba en su casa, así que “se cruzaba para unos mates con la más trola de todas”. Con mi hermana tenemos una relación de amor-odio vía el chiste, ella me dice trola, atorranta, yegua y – en el último año adoptó “conchita-adultera” en honor a mi nuevo rol de amante. Yo le digo simplemente boluda o yegua. Entre nosotras siempre fue así, yo siempre le puse coto a la cosa, ella el pie al acelerador, yo siempre viví con edulcorante (esto último literal y metafóricamente hablando) y ella se la toma así como viene. Aunque debería decir que últimamente los roles vienen algo cambiados…
Por suerte esta noche no tiene prácticas, ni novio uno, ni novio dos ni ningún “laburito extra” como le dice ella a sus changuitas en el barrio. Camila tiene 24 años y es estudiante de educación física pero también es esteticista; esto es: masajista, depiladora, manicura, pedicura y también bruja y chusma, dos cosas que para los oficios que preceden son más que necesarias.
Así que ya compré lo necesario para nuestro ritual, bay biscuit, yerba y un paquete de puchos de diez. Cuando nos juntamos hacemos, usualmente en mi dto. (el de ella es mucho kilombo y normalmente tiene mucho olor a sexo o a preservativo, cuando no a cera recalentada de haber atendido a alguna clienta) un ritual de mate con  sesión de charla. Normalmente me hace algún trabajito de belleza, o los pies o las manos o si no me depila.
Cami fue la primera en enterarse de lo de Germán, es una de los pocos que lo sabe contando mi amiga Mari y el gordo Aníbal. Todavía me acuerdo la primera vez que le conté, estábamos en el living de la casa de mamá, que no estaba y nos habíamos quedado para darle de comer a Bilardo y a Clemente.
¿Con cutícula o sin?
Sin                                    
Auch, boluda ¡me lastimas!
Y bueno, forra ¿qué querés? perdón  pero si en esta cocina no se ve una mierda! ¿No cambiaron la lamparita todavía?
El tío dijo qué no es la lamparita, que hay que cambiar la llave de luz, que no hace contacto. (Mi tío siempre es el que arregla las cosas de la casa de mi madre, dado que mi madre vive sola, con Clemente y Bilardo. Y a veces Normita.)
Qué raro, algo roto en esta casa. Che, ¿y al final, qué onda con el flaco ese?
¿Qué flaco? ¿De qué hablás?
Dale, Laura no te hagas la boluda, del tipo ese del bar de tu laburo, ese que me dijiste qué te dice piropos y te mira con cara de pajero, ¿pasó algo? ¿Se te tiró?
¿Quién? , ¿Germán? Ah, no sí, bueno, lo de siempre nada del otro mundo, me dice boludeces pero nada más.
Dame la otra mano, Laura no te hagas la boluda (cuando mi hermana me dice dos veces Laura sin un conchuda, puta o forra en el medio es porque se pone seria) estas toda colorada. ¡Contá ya! ¿Qué paso?
Nada, nada, el otro día vino a entregar un pedido porque el del delivery no estaba y me dejó un café en el escritorio así de la nada, me dijo que era una invitación de él para “las chicas lindas”, y después me llamó al interno para ver si me había gustado el café y  entre una cosa y otra terminé dándole mi celular. ¡Pero Meme no vayas a contar nada!¡Por favor eh!
¿Vos sos pelotuda? ¿A quién querés que le cuente?,  A mamá?¿ A las chichas? (las chichas le llamamos entre nosotras a la horda de mi primas por vía materna que tenemos, es una tribu cruel y primitiva, de rituales chamanísticos y brujísticos, a veces malas y envidiosas) ¿Qué color???
El rojo. Ya sé Meme que no les vas a contar a ellas, lo que te quiero decir es que esto es super archi mega secreto.
Ya se reboluda a cuerda. Ya sé. Mirá ya te estás volviendo totalmente atorranta, ¡por fin te decidiste por el rojo! Bueno, largá el rollo Pepona , ¡Dale contá!
Nada, que sé yo. Eso estamos histeriqueando, pero nada serio. Yo ya te dije, el tipo es casado. No da.
Pepo, ¡contá! ¿Te lo transaste?
Un poco.
¿Cómo un poco?, o te lo transaste o no te lo transaste, no es a medias.
Bueno sí.
Ayyyy viste, yo sabía que en el fondo éramos hermanas, ¡al final resultaste flor de putita como yo! Juaz, ¡con uno casado! ¡Quién lo hubiera dicho Pepo! Me encanta. ¡Garchatelo! Pero ojo, eh. No te vayas a enganchar boluda, mirá que los casados nunca se separan, eso es regla general. Garchatelo y punto. ¡NO TE VAYAS A ENGANCHAR!
Más  fácil dicho que hecho.
                       
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 Ese mismo día, el del café, fuimos todos a almorzar por el cumple de Cristina y él me llamó para buscar la torta. Mientras me la pasaba para que yo la lleve me metió una mano en el culo deliberadamente y me dijo “avísame por favor cuando es tu cumpleaños así armo algo especial”, metió el dedo en la crema se lo paso por la lengua y me guiñó el ojo. Yo salí de atrás de la barra con la respiración entrecortada tratando de balbucear el feliz cumpleaños. El estado de agitación general y la cara colorada como un tomate parecieron de la vergüenza por llevar la torta. Nada podía estar más alejado. Ese día lo pasé con la sonrisa pegada a la boca y sin poder concentrarme en nada más que en la burbuja invisible que me rodeaba.

lunes, 26 de marzo de 2012

Pensé que el punto culmine de la humillación lo había tocado cuando para el fin de semana largo del bicentenario mientras una amiga compraba sabanas para su próxima cita, yo buscaba una almohada súper cómoda para hacerme una panzada de literatura barata; pero no, el fin de la cuestión llego cuando terminé vendiéndole a esa misma amiga un conjunto de ropa interior súper sexy que nunca llegué a estrenar. Siempre pensé que terminaría sola y arruinada pero no de esta manera tan bizarra; resulta que ahora de empleada publica pasé a revendedora part time en un feria erótica ambulante. Era un lindo conjuntito, color frambuesa con tiritas. Lo peor de todo es que me quedaba divino; se lo vendí por un poco más de la mitad del precio original  y considerando que la tanga no estaba ni probada fue literalmente una ganga para ella y un abuso para mí.
Me lo había comprado para una  noche romántica (que nunca fue) o una tarde de martes, da  lo mismo, porque con quién pensaba usarlo se fue al diablo.
Habíamos quedado que un jueves pasaríamos la noche juntos, en un telo de algún barrio alejado, con velas que llevaría yo y champán que pediríamos. Nunca se dio así que hasta lo que duró la relación seguí guardando el conjuntito para algún momento especial; algún martes a la tarde, o un algún jueves a las siete de la mañana, los días en los que solíamos juntarnos, para desayunar o merendar post o pre sexo.  La clave de los horarios intrincados es simple y fácilmente adivinable; Germán es casado. Es casado y con hijos. Y yo soltera, soltera y sin hijos. Un cliché.
En pocos meses pase de regordeta frustrada e intelectual  a ser una flaca amargada y expectante. Impaciente e infectada del nuevo mal epidemiológico de esta época: la irremediable dependencia al celular.
Nos conocimos hace un año y medio. Él es el dueño del bar de la esquina de mi trabajo donde usualmente como o meriendo y hasta a veces desayuno y suspiro a escondidas,  yo la empleada de la oficina de la AFIP de la cuadra lindante.
Me enamoré rápidamente. Al tercer encuentro me tenía enredada en sus manipulaciones y haciendo cagadas que –generalmente- nadie nota en el trabajo. Soñaba despierta y hasta suspiraba dormida. Fue tan sorpresivo e inesperado que pasó todo casi sin darme cuenta. Al principio no cacé bien los signos. Fue sutil pero sagaz. Normalmente pedíamos café en la oficina, café y un regimiento de medialunas que comíamos maniacamente  el gordo Aníbal y yo. Ahora yo no como más medialunas en forma industrial, pero el gordo sigue igual con su media docena diaria. El gordo Aníbal es mi compañero de trabajo y escolta en super comilonas, hasta que un día nos pescó transando en el baño del local durante un almuerzo y ahí pasó de ser solo un coequiper en los ñoquis con estofado de los viernes a ser casi un confidente. No dijo nada, en cuanto nos dimos cuenta ya se estaba dando vuelta y bajando los escalones de a dos tratando de balancear la panza. A la mañana siguiente vino con dos cafés y dos alfajores de maicena de otro bar a mi escritorio y me dijo algo contundente y claro: “Laura, mira no tenemos mucha confianza, yo mucho no te conozco, más allá de compartir alguna pizza y de robarte la porción de fainá cuando viene y no te das cuenta, pero la verdad me pareces una buena piba, me parece que te estás cagando la vida.” “Anibal, mirá yo no sé lo que viste, pero…”
Y ahí me cortó de nuevo, en seco: “Laura, no seas boluda, yo antes de casarme y tener esta panza fui joven y hombre, yo sé lo que te digo, alejate de ese tipo, no vas a sacar nada bueno de un hombre casado. Es lo único que tengo para decirte, te lo digo porque te vuelvo a repetir, me pareces una buena piba, yo sé que vos no tenés papá por eso te lo digo. Si querés tomalo, si no está bien, pero nomás te lo aviso”. Y con eso agarró su café y el alfajor que le correspondía y se fue para su escritorio, dejándome boquiabierta  e irremediablemente avergonzada; ahí  fue cuando me di cuenta que me había convertido en un cliché caminando. El alfajor esta vez no lo comí. Se lo di a un chico que estaba pidiendo en la calle esa misma tarde.

jueves, 22 de marzo de 2012

EL DIA DE LA ex GORDA
Hoy me levanté cansada y de mal humor. Con una sensación de resentimiento absoluto hacia todo. Fastidiosa. Podrida de todo y harta de nada.
Debería haber un día de la ex gorda, así como hay día de la madre, del niño, de los enamorados, debería haber un día de la ex rechonchita, de la que pudo, la que adelgazó. Porque ser  ex gorda es un esfuerzo y un trabajo. No es fácil sostener la mirada frente a aquellos que como antes vos “ no pudieron” y tampoco es simple sostener la frente alta con aquellos que están esperando permanentemente que pises el palito y  de una te claves un par de kilos. Nunca falta el que con una afirmación dubitativa te manda el clásico y demoledor,” te mantenés eh!”         o un “seguís flaquita, que bárbaro” que tiene como correlato un monólogo mental que diría más o menos así: mirá vos esta rechoncha , se debe estar recagando de hambre pero se sostiene!.
Hay que aguantar ojos y caras que solo esconden una sola y única pregunta:  vamos a ver cuánto le dura!!
Por eso digo que es difícil, es un camino cuesta arriba, es una tarea diaria, un trabajo de experto. Un oficio.
Cuando todavía una esta gordita recibe siempre la mirada de lástima, tiene siempre ese margen de cucurucho de helado o el cobijo detrás de decenas de medialunas para no sentirse sola y desamparada. En cambio cuando una ya es ex gordita se pasa del otro lado. No hay grupo que nos identifique, no nos parecemos a las flacas porque nuestro estado parece siempre artificial, siempre va a estar la duda, el ojo entreabierto, la posibilidad de volver atrás,  porque nunca se sabe bien si nuestro nuevo estado se debe a una dieta arrasadora,  a una peritonitis caída del cielo o simplemente a un trabajo de magia blanca. Porque cuando somos ex gorditas tampoco seguimos con los aliados de antes, pasamos a ser del otro bando, y los que eran de nuestro grupo nos miran con ojos desconfiados y expresión de traición, porque ya no nos podemos perder en la vitrina de tortas de una confitería, porque ya no intercambiamos comentarios y consejos sobre que canapé atacar, porque cuando nos miramos de reojo al pasar en una vidriera vemos otra persona, con otra forma y otro cuerpo pero con la misma sensación de desconcierto de antes. Cuando una es ex gordita nadie le enseña como volver sola a casa sin pensar todo el camino de vuelta en refugiarnos en el pote de helado que nos espera adentro del frízer, porque no hay grupo de autoayuda ni dieta de alco que nos enseñe como tolerar reuniones familiares sin bajar el nudo en la garganta con tres platos seguidos de ravioles, porque tampoco sabemos cómo soportar miradas desaprobadoras de una madre que nunca entiende que nos pasa sin suavizarlas con unas espumosa mousse de chocolate. Cuando una es ex gordita se tiene que hacer valiente e irse a la cama llorando con un nudo en la panza sin bajarlo con un capuchino a la italiana, porque cuando una es ex gordita ya siente que no se puede escapar a ningún lado, que no hay torta, pebete o vigilante con crema pastelera que pueda consolara del vacío infinito ni tapar el agujero. Cuando una es ex gordita se convierte en una aliada nueva y desafiante d l grupo de las flacas pero en una enemiga que abandonó el barco de los gordos. Porque ya no hay tratamiento o dieta mágica que buscar y en la cual depositar todas las esperanzas. Porque cuando una es ex gordita pierde la mirada ingenua que le hacía creer que todos los problemas van a desaparecer con la ausencia de los flotadores laterales; cuando una es ex gordita se ve forzada a darse cuenta que la vida es la misma aunque venga en tres talles de pantalón más chicos; que el sufrimiento es en definitiva el mismo, venga con azúcar o edulcorante, que todo da lo mismo aunque esté frito o al horno, cuando una  es ex gordita se cae el refugio de masitas que la cobija del mundo exterior y la protege de los otros . Cuando una todavía es  gordita sigue sosteniendo la ilusión de que se puede, de que algún día con algún tratamiento prometedor, polvo hipocalórico o crema reductora la historia va a cambiar, la historia va a ser otra…

miércoles, 21 de marzo de 2012

La nueva epidemia psicológica

Las abandonadas, las pateadas, andamos por la calle como fantasmitas vivientes, como perdidas, como si hubiéramos tirado algo en el piso y no lo encontramos. Porque nos refugiamos en la tele chatarra y en los libros de novelas pedorras, porque pretendemos cobijarnos en la peluquería haciendo un cambio de look, porque tomamos el té con cara de congoja y a solas en bares, porque decimos  “nada” mirando para abajo y con carita de lástima y cuando nos preguntan qué nos pasa, porque todo nos emociona, porque vamos en el colectivo con la cabeza apoyada en la ventana, porque merodeamos por los shoppings buscando  “remeritas” que nos consuelen, porque dormimos abrazando la almohada, porque nos miramos al espejo haciendo preguntas y evadiendo las respuestas, porque escuchamos canciones de amor y nos volvemos adictas al youtube, porque miramos al celular y puteamos silenciosamente lamentándonos por un mensaje que no llega, porque ponemos frases pedorras y clishes en el facebook para que nos pregunten cosas y llamar la atención, porque dejamos de depilarnos el cavado, porque abandonamos el postre dietético y arrancamos con el tiramisú original de nuevo, porque ya no nos preocupamos por ponernos el juego de la bombacha y corpiño, porque se nos empieza a acumular la ropa para lavar y las bolsas de basura sin tirar llenas de carilina y saquitos de té.  Porque llegamos al punto cúlmine de nuestra depresión y nos damos cuenta que tocamos fondo  cuando escuchamos una canción de Arjona, y decimos: puta, tiene razón!.

martes, 20 de marzo de 2012

El anticonceptivo del amor

Una vez leí por ahí que los que leemos mucha novela rosa o vemos mucha comedia romántica tendemos a tener expectativas irreales e imposibles. Creo que es verdad. Debería haber algún tratamiento hipnótico o alguna pastilla que nos ayude a evitar este síntoma, como una especie de anticonceptivo pero de ilusiones. “Me estoy viendo con un chico, no es nada serio, pero me gusta, estamos recién arrancando (…): bueno, tomate esto; mirá esto te va a cuidar de enamorarte demasiado rápido y de evitar el sufrimiento y la decepción si no es la persona correcta o la deseada. Pensar  cuántos papeles carilina ahorraríamos por lágrimas que no cayeron, cuantos carbohidratos complejos menos comidos, cuánto menos tiempo  de celular hablando con una amiga, cuántas tazas de té solitarias no tomadas. Todo con una simple pastillita diaria que tenga la carga hormonal justa para prevenir  enamoramientos no deseados”, para evitar el metejón, el enganche, la mariposa en la panza, los nervios previos, la angustia post, el que me pongo, la sonrisa idiota.
Por eso digo e insisto, si los bioquímicos nos hicieran caso habría mucho menos sufrimiento, menos desencuentro. Algo simple y pragmático, como son las cosas ahora. Con un solo “touch”, con un simple “click”, como sacar una cuenta en el banco o un crédito hipotecario. Te gusto o no te gustó; entró, pasó la prueba, pero sin ese margen de error que está siempre a la vuelta, agazapado y amenazando, esperando a ver quién dice primero la frase incorrecta, a quién se le huele más rápido la desesperación, quién es el menos hábil en este “ajedrez” que se ha convertido el amor y el mundo de las citas.
Sería una pastilla específicamente indicada para solteronas o treintañeras que todavía sueñan con no pasar una vida en soledad, que se ilusionan y acumulan suspiros o balbucean solas en la ducha un “te amo”, esperando para que cuando aparezca algo más o menos potable, que se banque tres semanas de mensajitos corridos y cuatro citas seguidas puedan ser expresados. Una pastilla que honre a la que está podrida de soñar pero no se cansa de esperar. A la luchadora, la que la pelea, la que después de cinto cincuenta mil citas espantosas y cuatro mil sesiones sexuales fallidas sigue en guardia en la trinchera a la espera del amor. Para la que aguarda apaciblemente que algún musculoso la mire apasionadamente en el colectivo; que un romántico empedernido se materialice de la nada en algún casamiento aburrido o cumpleaños familiar; que algún morocho de mandíbula masculina y cuadrada  le alcance de casualidad el vinagre en la góndola del supermercado,  la mire a los ojos y se flashee un lunes cualquiera a las cinco de la tarde; que aparezca repentinamente algún compañero fachero en la oficina trasladado de otro centro. Algo que también nos prevenga del ensueño diurno, que nos recuerde que el que está ahí, ese que tiene pinta de dulce, que va caminando está pensando en que mañana se le vence la boleta de metrogas y todavía no la pagó, que no va a levantar la mirada, que no nos va a ver  y no va a enamorarse mágica y perdidamente de nosotras y seguirnos con flor una robada de algún cantero lindante  hasta la parada del bondi. Algo chiquito y artificial que nos recuerde que es mentira la fábula esa de que el amor está a la vuelta de la esquina o en la vereda de enfrente, porque a veces esta cerca, a una cuadra, a media o a dos, en el escritorio de enfrente, detrás de una barra o atendiendo un mostrador, pero eso no implica que siempre vaya a ser lindo, armónico, posible y sobre todo sano…