domingo, 1 de abril de 2012

Como si la noche no hubiera sido lo suficientemente larga y angustiante me despierto con dos mensajes de texto, ninguno de ambos el deseado;  el típico mensaje tedioso de la compañía intentando venderme no sé qué cosa o para avisarme que la factura esta en no sé qué sitio virtual perdido. A mí me gusta cuando la factura del teléfono llega a mi casa con un sobre a mi nombre, verla , tocarla y putear tangiblemente cuando veo la suma en el papel. Mis gastos se han ido incrementando considerablemente desde que empecé la historieta con Germán, no solo la cuenta infinita de llamados y mensajes, si no lo que gasto en ropa y lencería, maquillajes y otros aditamentos de la parafernalia femenina que normalmente no solía consumir. Por suerte Meme me hace gratarola los servicios estéticos aunque a veces no tan gratis porque es buena negociante y sabe canjearme la pierna entera por la lavandería de la semana, o las manos por limpiarle el baño antes, esas cosas.  Canjes raros, pero justos.
El segundo mensaje, por suerte,  más interesante, de Cami:  trola a motor, ¿vas a estar hoy a la noche?? Hacemos juntadella hoy??? Tengo novedades de lo del colectivero!!!! No sabes cuándo te cuente!!! Nos juntamos??? Tuya o la mía??
Respuesta: Que haces tan temprano levantada meme??? De dónde te caíste o dónde te dejó tirada el colectivero???. Si estoy libre esta noche, como siempre, pero hoy solo mate y pucho, sin bay biscuit, compra galleta de arroz.
Mi hermana, mi colchón, mi oasis.  Está cuando estoy mal, cuando estoy bien y cuando estoy regular. Me pinta las uñas, me depila, me escucha y me entiende sin que yo le hable o le explique. Me conoce como nadie y puede armar o desarmar con una sola mirada. Me funciona como escudo con mamá y está siempre al otro lado del pasillo, en el D. Nos mudamos de la casa de mi vieja las dos al mismo tiempo, vivimos gracias a dios en el mismo edificio y en el mismo piso, en departamentos separados.  Ella en el D y yo en el E. La distancia justa y necesaria.
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Así arrancó la mañana y continúo peor cuando me di cuenta la presencia de las fechas que estábamos atravesando. Prendí la tele y  las publicidades navideñas y con los motivos de fiestas  ya están inundando el ambiente. Lo cual me deprime sobremanera. Odio las fiestas, odio la previa a las fiestas y sobre todo más las fiestas de las fiestas, esto es: las fiestas que organizan las empresas o los grupos que conglomeran diferentes humanos por distintas razones y empiezan a festejar años finalizados. ¿Para qué? Al pedo. Seguramente todos los que van a esas fiestas de empresas, clubes o asociaciones van por el morfi o el chupi gratis, para figurar, para caer bien o simplemente para no sentirse más fuera de lo que están (bueno, tal vez esa última opción aplique sólo en mi caso). De cualquier manera las odio por una razón puntual: el clima que se vive en mi familia. Para empezar mi madre esta de mal humor toda la segunda mitad de de noviembre y diciembre entero. Estresada y cansada, con la laptop y la calculadora pegada al cuerpo. Se duerme con el cuadernito de las cuentas y viene permanente  la expresión de “que habré hecho mal yo para que ustedes se caguen tanto en el capital familiar” que me enerva, a mi sola no, a Cami también.  Somos opuestas pero en algún que otro punto complementarias.
Mi madre, junto a mi tía tiene una mini empresa de alquiler de objetos de vajilla y servicios gastronómicos, lo que incluye, plato, vaso, copa, copita, variedad de tenedores y cuchillos, fuente, fuentin, fuentón, mesa, caballete, tablón, mantel, mantelito para mesa de dulce, para mesa vestida, funda de silla, faja de silla y otros diversos ítems relativos a la vestimenta y ornamentación que es exacerbada para objetos inanimados pero que parece que gusta mucho en eventos ridículos  y pomposos. La empresa está formada básicamente por mi tía, mi madre, mi tío y la horda de las chichas que sería una versión más edulcorada de las brujas de salem (que en lugar de tres serían cuatro porque a mi tía la incluiría parcialmente en el subconjunto de brujas). Siguiendo un organigrama formal sería: mi mamá, mi tía y mi tío; luego las chichas, en funciones y roles mezclados y desfigurados y hasta negligidos. Y finalmente  las esferas más productivas y no jerárquicas compuestas por mí  -a veces-, Meme -recontra a veces-; Normita: cargo y función: indescriptible; y dos empleados: José y Daniel. José es el que con Meme llamamos “pluralista”, hace de todo; si falla el del flete lo mandamos con José; si se descomponen las máquinas de secado o los lavavajillas también los arregla o cuando ambos andan bien, se encarga de operarlos, que es básicamente poner y sacar. Supongo que para José la gracia de este trabajo que sostiene desde hace cuatro años es que nunca sabe que terminará haciendo y la adrenalina le sentará bien; la otra es que vino de Bolivia y como todavía no tiene los documentos -no sabemos por qué razón no quiere hacerlos aunque tenemos algunas sospechas- es mejor quedarse donde no te los piden y sí te pagan el sueldo.
El otro, Daniel, es argentino y padece  un retraso de alguna índole, o algo así escuché. Es el hijo de la vecina de la vuelta, la costurera. Mamá lo tomó cuando la empleada anterior dejó de venir porque tuvo que llevarse a su hijo a Paraguay porque “las drogas lo estaban matando”. Por las dudas mamá dijo que no preguntemos nada, le dio la indemnización correspondiente que ella, mi tía y Ruccelli consideraron justa y se mandó a mudar sin más. Ruccelli es el contador de “la empresa familiar “es viejo, feo y yo tengo la creencia de que aunque está casado anda atrás de Violeta, una de las chichas, que es la más exuberante de mis primas, usa siempre minifalda y aros con muchas cosas que le cuelgan; grita cuando habla y se pone maquillaje tres tonos más claros del que debería, pero tiene las tetas hechas, así que eso distrae un poco la mirada cuando se quiere. Ruccelli la mira todo el tiempo y ella lo sabe y lo disfruta. Mamá insiste en que no, que es idea nuestra (de Camila y mía), que Ruccelli es un hombre casado y serio. Yo creo que lo defiende tanto porque él era el mejor amigo de papa, y tachar la imagen de semejante personajes sería como en alguna instancia manchar transitivamente la de papá; no sé cuánto habrá de acertado en eso, pero lo cierto es que fueron inseparables durante mucho tiempo, a tal punto de haber hecho el colegio secundario juntos y después la misma carrera pero no creo que eso lo libere de ser un simple pajero.
Pero resulta que  la transición de Mirna a Daniel  sí que fue jodida;  nos la pasamos dos semanas  con Cami a plena cara de culo doblando manteles y metiendo copas adentro de cajas con separaciones al mejor estilo de tiempos modernos. A los tres días mamá apareció con cara de resignada  diciendo que “Dani nos iba a ayudar por unos días”, cansadísima de escucharnos putear por tener que ayudar el doble. Dani se rascaba la cabeza sin parar (después nos dimos cuenta que lo hace cada vez que se pone nervioso) y no habló hasta pasados los dos meses de empezar a trabajar.  Se quedó desde entonces.
                               

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