lunes, 26 de marzo de 2012

Pensé que el punto culmine de la humillación lo había tocado cuando para el fin de semana largo del bicentenario mientras una amiga compraba sabanas para su próxima cita, yo buscaba una almohada súper cómoda para hacerme una panzada de literatura barata; pero no, el fin de la cuestión llego cuando terminé vendiéndole a esa misma amiga un conjunto de ropa interior súper sexy que nunca llegué a estrenar. Siempre pensé que terminaría sola y arruinada pero no de esta manera tan bizarra; resulta que ahora de empleada publica pasé a revendedora part time en un feria erótica ambulante. Era un lindo conjuntito, color frambuesa con tiritas. Lo peor de todo es que me quedaba divino; se lo vendí por un poco más de la mitad del precio original  y considerando que la tanga no estaba ni probada fue literalmente una ganga para ella y un abuso para mí.
Me lo había comprado para una  noche romántica (que nunca fue) o una tarde de martes, da  lo mismo, porque con quién pensaba usarlo se fue al diablo.
Habíamos quedado que un jueves pasaríamos la noche juntos, en un telo de algún barrio alejado, con velas que llevaría yo y champán que pediríamos. Nunca se dio así que hasta lo que duró la relación seguí guardando el conjuntito para algún momento especial; algún martes a la tarde, o un algún jueves a las siete de la mañana, los días en los que solíamos juntarnos, para desayunar o merendar post o pre sexo.  La clave de los horarios intrincados es simple y fácilmente adivinable; Germán es casado. Es casado y con hijos. Y yo soltera, soltera y sin hijos. Un cliché.
En pocos meses pase de regordeta frustrada e intelectual  a ser una flaca amargada y expectante. Impaciente e infectada del nuevo mal epidemiológico de esta época: la irremediable dependencia al celular.
Nos conocimos hace un año y medio. Él es el dueño del bar de la esquina de mi trabajo donde usualmente como o meriendo y hasta a veces desayuno y suspiro a escondidas,  yo la empleada de la oficina de la AFIP de la cuadra lindante.
Me enamoré rápidamente. Al tercer encuentro me tenía enredada en sus manipulaciones y haciendo cagadas que –generalmente- nadie nota en el trabajo. Soñaba despierta y hasta suspiraba dormida. Fue tan sorpresivo e inesperado que pasó todo casi sin darme cuenta. Al principio no cacé bien los signos. Fue sutil pero sagaz. Normalmente pedíamos café en la oficina, café y un regimiento de medialunas que comíamos maniacamente  el gordo Aníbal y yo. Ahora yo no como más medialunas en forma industrial, pero el gordo sigue igual con su media docena diaria. El gordo Aníbal es mi compañero de trabajo y escolta en super comilonas, hasta que un día nos pescó transando en el baño del local durante un almuerzo y ahí pasó de ser solo un coequiper en los ñoquis con estofado de los viernes a ser casi un confidente. No dijo nada, en cuanto nos dimos cuenta ya se estaba dando vuelta y bajando los escalones de a dos tratando de balancear la panza. A la mañana siguiente vino con dos cafés y dos alfajores de maicena de otro bar a mi escritorio y me dijo algo contundente y claro: “Laura, mira no tenemos mucha confianza, yo mucho no te conozco, más allá de compartir alguna pizza y de robarte la porción de fainá cuando viene y no te das cuenta, pero la verdad me pareces una buena piba, me parece que te estás cagando la vida.” “Anibal, mirá yo no sé lo que viste, pero…”
Y ahí me cortó de nuevo, en seco: “Laura, no seas boluda, yo antes de casarme y tener esta panza fui joven y hombre, yo sé lo que te digo, alejate de ese tipo, no vas a sacar nada bueno de un hombre casado. Es lo único que tengo para decirte, te lo digo porque te vuelvo a repetir, me pareces una buena piba, yo sé que vos no tenés papá por eso te lo digo. Si querés tomalo, si no está bien, pero nomás te lo aviso”. Y con eso agarró su café y el alfajor que le correspondía y se fue para su escritorio, dejándome boquiabierta  e irremediablemente avergonzada; ahí  fue cuando me di cuenta que me había convertido en un cliché caminando. El alfajor esta vez no lo comí. Se lo di a un chico que estaba pidiendo en la calle esa misma tarde.

2 comentarios:

  1. el me pareces una buena piba , habria que verlo de hecho no se conocian mucho . el morvo de una mujer con un tipo casado es un clasico .. es penoso y no se logra entender .. lo dificil atrae es mas que sabido ! es una realidad hoy en dia en el que ese tipo d relaciones son toxicas en fin esta bueno el tema . sere que soy hombre y soltero y lo veo d la vereda d enfrente !

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  2. Muy bueno! Quiero un amigo como el gordo Anibal!

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