miércoles, 6 de junio de 2012

¿Qué pasó conmigo misma? Desde que empecé con Germán me convertí en una persona diferente. Pasé de ser la gorda observadora no participante, traductora de situaciones, veedora crítica a ser una protagonista patética de realidades ajenas. Me convertí en la otra, en el fato, el gato, la suplente. Y con eso algo de mi ser especial se fue perdiendo. Empecé de a poco a dejar de mirar el contexto y focalizarme solo en él, en las parejas, en los otros, en los que tienen lo que yo no. En angustiarme por cosas comunes y triviales, a poner cara de congoja, a intentar robar un mimo con carita de lástima, a masticar las depresiones domingueras, a mirar parejas con envidia, a pasear por las plazas llenas de familias felices sintiéndome una mendiga. Porque antes yo no pensaba en esas cosas, porque antes de conocerlo a él me parecía todo una ficción, algo irreal, publicidades en vivo de algún producto raro y muy vendido llamado familia, porque antes de conocerlo a él no me preocupaba la soledad,  no me disgustaba, fundamentalmente no  me amenazaba; me cobijaba. Dejé de pensar que la vida en pareja y que el amor eran ficciones sociales y empecé a enbroncarme con los que la tienen. Dejé de reírme silenciosamente de los otros y verlos como "raros" y a entristecerme por mi vida. Empecé a notar la falta, lo que no hay, el que no está. Pase de conformarme con poco y estar tranquila al insomnio intermitente, al stress, al estado de alerta permanente. Dejé de llevar libros y  gomitas azucaradas en la cartera y las canjeé por delineador waterproof y polvo compacto. Dejé de gastar en cenas industriales y me hice fanática de la lencería sexy y erótica. Dejé de buscar librerías en otros barrios y empecé a fichar telos con cochera privada, para "cuando se necesiten". Pasé de leer artículos sobre el calentamiento global o literatura rusa a buscar geles adelgazantes. Pasé de ser catadora de masas finas de confiterías paquetas a conformarme con un agua mineral al lado de un baño casi podrido en un bar de mala muerte.  Abandoné la panzada de milanesas. Pasé de contar sanguches de miga a hacer el equivalente en serie de abdominales. Dejé de reírme de las inseguridades de los otros, de ver a los demás con ojos sonrientes para pasar a convertirme en un ser inseguro de lo que dice, se pone o se come. Dejé  de visitar sitios de ranking de alfajores a leer de refilón los tips sexuales de la revista Cosmopolitan. Saqué la credencial de fidelidad de la heladería del moendero y  lo cambié por el carnet del gimnasio. Porque ya no apago el celular cuando me voy a dormir “por si me llega algún mensaje”. Porque pasé de anhelar el momento de la semana en el que voy a al cine o me siento cómoda en mi sillón a leer a desear estar asfixiada en una camioneta con los vidrios levantados  un dia de 35 grados. Porque cambié  las vinchas de colores y me compré lentes de sol grades que disimulen. Porque no importa a cuántas cuadras de mi casa esté que vuelvo si o si si me di cuenta que me olvidé el celular.  Dejé de revelarme ante la sociedad monótona y la gente común a pasar a ser una de ellos.
Porque pasé de ser el relator omniciente que sentía que  todo lo sabe y entiende de personajes a ser un simple fantasma que  camina apurada por las calles de Buenos Aires en hiper alerta de que  no se le corra el maquillaje y todavía pensando si la remera que elegió  le marca o no la panza.

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