¿Qué pasó conmigo misma? Desde que empecé con Germán me convertí en una persona diferente. Pasé de ser la gorda observadora no participante, traductora de situaciones, veedora crítica a ser una protagonista patética de realidades ajenas. Me convertí en la otra, en el fato, el gato, la suplente. Y con eso algo de mi ser especial se fue perdiendo. Empecé de a poco a dejar de mirar el contexto y focalizarme solo en él, en las parejas, en los otros, en los que tienen lo que yo no. En angustiarme por cosas comunes y triviales, a poner cara de congoja, a intentar robar un mimo con carita de lástima, a masticar las depresiones domingueras, a mirar parejas con envidia, a pasear por las plazas llenas de familias felices sintiéndome una mendiga. Porque antes yo no pensaba en esas cosas, porque antes de conocerlo a él me parecía todo una ficción, algo irreal, publicidades en vivo de algún producto raro y muy vendido llamado familia, porque antes de conocerlo a él no me preocupaba la soledad, no me disgustaba, fundamentalmente no me amenazaba; me cobijaba. Dejé de pensar que la vida en pareja y que el amor eran ficciones sociales y empecé a enbroncarme con los que la tienen. Dejé de reírme silenciosamente de los otros y verlos como "raros" y a entristecerme por mi vida. Empecé a notar la falta, lo que no hay, el que no está. Pase de conformarme con poco y estar tranquila al insomnio intermitente, al stress, al estado de alerta permanente. Dejé de llevar libros y gomitas azucaradas en la cartera y las canjeé por delineador waterproof y polvo compacto. Dejé de gastar en cenas industriales y me hice fanática de la lencería sexy y erótica. Dejé de buscar librerías en otros barrios y empecé a fichar telos con cochera privada, para "cuando se necesiten". Pasé de leer artículos sobre el calentamiento global o literatura rusa a buscar geles adelgazantes. Pasé de ser catadora de masas finas de confiterías paquetas a conformarme con un agua mineral al lado de un baño casi podrido en un bar de mala muerte. Abandoné la panzada de milanesas. Pasé de contar sanguches de miga a hacer el equivalente en serie de abdominales. Dejé de reírme de las inseguridades de los otros, de ver a los demás con ojos sonrientes para pasar a convertirme en un ser inseguro de lo que dice, se pone o se come. Dejé de visitar sitios de ranking de alfajores a leer de refilón los tips sexuales de la revista Cosmopolitan. Saqué la credencial de fidelidad de la heladería del moendero y lo cambié por el carnet del gimnasio. Porque ya no apago el celular cuando me voy a dormir “por si me llega algún mensaje”. Porque pasé de anhelar el momento de la semana en el que voy a al cine o me siento cómoda en mi sillón a leer a desear estar asfixiada en una camioneta con los vidrios levantados un dia de 35 grados. Porque cambié las vinchas de colores y me compré lentes de sol grades que disimulen. Porque no importa a cuántas cuadras de mi casa esté que vuelvo si o si si me di cuenta que me olvidé el celular. Dejé de revelarme ante la sociedad monótona y la gente común a pasar a ser una de ellos.
Porque pasé de ser el relator omniciente que sentía que todo lo sabe y entiende de personajes a ser un simple fantasma que camina apurada por las calles de Buenos Aires en hiper alerta de que no se le corra el maquillaje y todavía pensando si la remera que elegió le marca o no la panza.
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